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julio 29, 2007

El Genio del Melancólico


Hemos considerado en los apartados anteriores los aspectos negativos que tradicionalmente han venido relacionados con la melancolía, como son la demencia o la enfermedad.

Pero gracias a la teoría aristotélica establecida en el “Problema XXX” y, más tarde, por la recuperación que de Aristóteles hace el Renacimiento, se empieza a considerar la melancolía en su sentido positivo, como temperamento especial del hombre con ingenio o como estado a partir del cual se hace más fructífera la creación artística o la reflexión intelectual.

Siguiendo esta teoría, el temperamento o el estado melancólico predisponen y/o facilitan la creación artística.

Este es uno de los ejes principales de la canción “Calle Melancolía” que se pone de manifiesto en el estribillo.

Sabina se instala en esa melancolía y desde la serenidad de la contemplación de ese estado surge la melodía, es decir, la creación artística:


”Vivo en el número siete, calle Melancolía,

quiero mudarme hace años al barrio de la alegría,

pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía,

en la escalera me siento a silbar mi melodía”


A partir del Renacimiento y en los siglos posteriores, cuando la melancolía volvió a considerarse como algo unido al genio y a la capacidad creativa, se pusieron de manifiesto diversas cualidades asociadas a ese temperamento, como la sensibilidad, el aislamiento, la soledad o la extravagancia, y la manifestación melancólica adquirió un cierto valor de snobismo.

De hecho, durante los siglos XV y XVI no se creía posible una obra poética o artística si el autor no era melancólico.

El valor positivo que aporta el estado melancólico es la inacción y la ociosidad, que permiten la contemplación de uno mismo y eso es lo que ocurre en el estribillo de esta canción, en el momento en que el poeta se sienta, cuando para todo ese vertiginoso ir y venir, de esa inacción surge la melodía, es decir, la creación artística.

La obra de arte aparece de esta manera como una especie de catarsis, como terapia o forma de aliviar esa melancolía o tristeza.

En el estribillo de esta canción, comprobamos que el poeta no alcanza la felicidad buscada, esa “calle de la Alegría ”, y como terapia surge la creación artística.

A lo largo de esta canción se muestran diversas soluciones fracasadas para aliviar el estado del poeta: la búsqueda enloquecida, la rutina y el orden (“enciendo un cigarrillo / ordeno mis papeles”), el entretenimiento (“resuelvo un crucigrama”), la rebeldía (“me enfado con las sombras”).

Sin embargo, la solución está en la aceptación de la propia situación y en la exteriorización de esos sentimientos a través de la obra de arte.

Observando otras canciones de Sabina, podemos descubrir cómo la melancolía aparece como algo positivo.

En “Más de cien mentiras”17 enumera más de cien motivos en su apariencia nimios o sin un valor trascendente, “más de cien mentiras” por las que merece la pena vivir.

Esta larga letanía le fue inspirada por el final de la película Manhattan de Woody Allen, en el que también se enumeran una serie de razones para seguir viviendo.

Aparece entre estos motivos “el mal de la melancolía”, que se constituye así con su doble valor: por un lado, como mal o enfermedad y, por otro lado, como terapia contra la desesperación.


“Tenemos memoria, tenemos amigos,

tenemos los trenes, la risa, los bares,

tenemos la duda y la fe, sumo y sigo,

tenemos moteles, garitos, altares.[...]


Tenemos el mal de la melancolía,

la sed y la rabia, el ruido y las nueces,

tenemos el agua y, dos veces al día,

el santo milagro del pan y los peces. [..]


“Mas de cien palabras, más de cien motivos

para no cortarse de un tajo las venas,

más de cien pupilas donde vernos vivos,

más de cien mentiras que valen la pena”


Pero mucho más evidentes resultan los versos de la canción “Oiga, doctor”18 en los que Sabina, con tono irónico, ruega que le devuelvan la depresión para poder seguir componiendo canciones:


“Oiga, doctor,

devuélvame mi depresión,

¿no ve que los amigos se apartan de mí?

Dicen que no se puede consentir

esa sonrisa idiota.

Oiga, doctor,

que no escribo una nota

desde que soy feliz”




Iconografía y retrato de la melancolía


Para cumplir con la propuesta de este trabajo de rastrear todas las relaciones que se pueden establecer entre las diferentes teorías establecidas en torno a la melancolía y las canciones de Joaquín Sabina, me parece interesante observar dos aspectos colindantes que se relacionan con este tema.

Por un lado, la iconografía de la melancolía y, por otro, los rasgos físicos atribuidos al melancólico.

La imagen que representa la melancolía desde hace muchos años es la representada en el grabado de Durero, un ángel con grandes alas y con numerosos instrumentos que le rodean pero que sin embargo muestra una laxitud y una actitud estática: apoya la mejilla en la mano y tiene la mirada perdida.

Es la imagen del ángel cuyas alas podrían convertirse en ese tranvía que lleve a la calle de la alegría pero que finalmente se quedan inertes, como el sujeto de “Calle Melancolía” se queda sentado en la escalera silbando su melodía.

Partiendo de esa iconografía de la melancolía, hemos querido analizar dos imágenes de Joaquín Sabina que consideramos significativas por su distancia en el tiempo y porque entre estas dos imágenes está contenida casi toda la producción artística del autor.

La primera de ellas, que se adjunta como anexo 2, es la foto de la carátula del primer disco de Sabina, Inventario (1978) que constituye una de las primeras imágenes públicas del cantante y la otra, recogida en el anexo 3, es la fotografía de la portada de su última publicación, el libro Con buena letra (2002).

En la carátula de Inventario, observamos a Sabina sentado y rodeado de elementos que se relacionan con diferentes actividades: una mujer en la cama a la que da la espalda, un vaso, una botella y una guitarra.

Como en el grabado de Durero estos elementos aparecen esparcidos a su alrededor pero sin que motiven una respuesta del sujeto que mira al frente ensimismado.

En la otra imagen, la que sirve de portada el libro Con buena letra, aparece Sabina adoptando una postura idéntica a la esbozada por Durero: la cabeza apoyada en la mano izquierda y la mirada abstraída.

Junto a él, aparece una máquina de escribir con el folio en blanco que se constituye en la iconografía elegida por Sabina para representar la creación e ilustrar sus “Obras completas”.

Para finalizar este recorrido por las teorías desarrolladas sobre la melancolía, hemos querido establecer una comparación entre la apariencia física que en la época de Cervantes se atribuía a los personajes melancólicos y el aspecto y la imagen pública de Sabina.

Para ello, nos fijamos en el personaje de Don Quijote que, como sabemos, ha sido considerado como el prototipo de melancólico en el Siglo de Oro.

Según señala Dolores Romero en el artículo “Fisonomía y temperamento de Don Quijote de la Mancha ”, “la configuración física y mental de D. Quijote no nació de la simple imaginación del autor sino que Cervantes configura a su personaje bajo las características físicas y psicológicas que estaban predeterminadas en los tratados fisionómicos de la época” (Romero; 1993, 880), sobre todo, en el Examen de Ingenios de Huarte de San Juan, cuya primera edición data de 1575.

Muchas de esas características que Dolores Romero señala como rasgos que en la época se consideraban los propios de quienes estaban afectados por la melancolía pueden tomarse como atributos para describir al cantante jienense: “de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro” (I,I), “las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y no nada limpias” (I, XXXV), “su rostro de media lengua de andadura, seco y amarillo”(I, XXXVII), “con voz ronquilla, aunque entonada” (I, XLVI).

También señala que Don Quijote aunque tiene ya cincuenta años no ha perdido el pelo, y lo justifica porque los hombres de cerebro seco y caliente tienen el pelo muy fuerte y nunca se quedan calvos.

De esta forma, podemos cerrar este trabajo, recuperando las palabras que Sancho Panza dedicaba a su señor:


“En verdad, que muchas veces me paro a mirar a vuestra merced desde la punta del pie hasta el último cabello de la cabeza, y que veo más cosas para espantar que para

enamorar”19


Anexo 1- Letra de la canción “Calle Melancolía”20


Como quien viaja a lomos de una yegua sombría

por la ciudad camino, no preguntéis a dónde,

busco acaso un encuentro que me ilumine el día

y no hallo más que puertas que niegan los que esconden.


Las chimeneas vierten su vómito de humo

a un cielo cada vez más lejano y más alto,

por las paredes ocres se desparrama el zumo

de una fruta de sangre crecida en el asfalto.


Ya el campo estará verde, debe ser primavera,

cruza por mi mirada un tren interminable,

el barrio donde habito no es ninguna pradera,

desolado paisaje de antenas y de cables.


Vivo en el número siete, calle melancolía,

quiero mudarme hace años al barrio de la alegría,

pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía,

en la escalera me siento a silbar mi melodía.


Como quien viaja a bordo de un barco enloquecido

que viene de la noche y va a ninguna parte,

así mis pies descienden la cuesta del olvido,

fatigados de tanto andar sin encontrarte.


Luego, de vuelta a casa, enciendo un cigarrillo,

ordeno mis papeles, resuelvo un crucigrama,

me enfado con las sombras que pueblan los pasillos

y me abrazo a la ausencia que dejas en mi cama.


Trepo por tu recuerdo como una enredadera

que no encuentra ventanas donde agarrarse, soy

esa absurda epidemia que sufren las aceras

si quieres encontrarme, ya sabes donde estoy.


Vivo en el número siete, calle melancolía,

quiero mudarme hace años al barrio de la alegría,

pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía,

en la escalera me siento a silbar mi melodía.

Extraido de "El Porvenir"- Cultural Relata Lola Pérez Cante

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